Congreso de la RAE en Panamá
Horacio González: La lengua como congreso
jueves, 24 de octubre de 2013
miércoles, 9 de octubre de 2013
Entrevista de Ricado Soca a José Luis Moure en «elcastellano.org»
El Cervantes se expandirá por EEUU de la mano de México
José del Valle: «Política del lenguaje y geopolítica: España, la RAE y la población latina de Estados Unidos»
Luis Fernando Lara: «Diccionariode americanismos»
Mara Glozman y DanielaLauria (comp.) «Lengua, ciudadanía e integración (2003-2010)»
lunes, 7 de octubre de 2013
Textos de la polémica
José del Valle: «Mi apoyo al documento "Por una soberanía idiomáica"»
Rodolfo Alonso: «¿Nuestra soberanía puede hablar "español"?»
L'autoritat de la RAE enqüestió
Nota en periódico laprovinciabsas.com.ar
Respuesta de Blecua y laRAE al manifiesto argentino
Conferencia de Víctor García de la Concha acerca de cómo conquistar el mundo
miércoles, 25 de septiembre de 2013
Reunión
Estimados amigos y colegas, durante la redacción y circulación del documento Por la soberanía idiomática surgieron distintas discusiones que sería interesante tratar en un encuentro. Entre ellas, las políticas públicas en materia de idioma, la idea misma de soberanía, la estrategia latinoamericana y las tareas y destino del instituto que imaginamos. Nos convocamos a conversar estas cuestiones el día lunes 7 de octubre a las 16:30 hs. en el auditorio David Viñas del Museo del libro y de la lengua.
martes, 17 de septiembre de 2013
Documento / Manifiesto
El lema actual de la RAE es
“unidad en la diversidad”. Lejos del purista “limpia, fija y da esplendor”, el
de hoy anuncia la mirada globalizadora sobre el conjunto del área idiomática.
Podría entenderse como enunciado referido al carácter pluricéntrico del
español, pero como al mismo tiempo la RAE define políticas explícitas en la
conformación de diccionarios, gramáticas y ortografías, el matiz de
“diversidad” que propone termina perdiéndose en el marco de decisiones normativas
y reguladoras que responden a su tradicional espíritu centralista. Las
instituciones de la lengua son globalizadoras cuando piensan el mercado y
monárquicas cuando tratan la norma. La noción pluricéntrica, entendida en
sentido estricto (diversos centros no sometidos a autoridad hegemónica), queda
cabalmente desmentida entre otros ejemplos por el Diccionario panhispánico
de dudas (2005), en el que el 70% de los “errores” que se sancionan
corresponde a usos americanos. El mito de que el español es una lengua en
peligro cuya unidad debe ser preservada ha venido justificando la ideología
estandarizadora, que supone una única opción legítima entre las que ofrece el
mundo hispanohablante.
En la tradición del pensamiento argentino esto se ha
debatido profusamente. Desde la intervención de Sarmiento sobre la necesaria
reforma ortográfica hasta la afirmación del matiz en Borges, la condición
americana de nuestra lengua no estuvo exenta de querellas. Para los hombres del
siglo XIX se trataba de sacudir la condición colonial de esa herencia y por
ello emprendieron la búsqueda de formas atravesadas por otros idiomas. Pero si
coquetearon con el francés, se asustaron con el cocoliche, y aún más con la
idea de que la diferencia provenía de los diversos mestizajes y contactos con
el mundo indígena. Las discusiones sobre la lengua fueron discusiones sobre la
nación. Durante el siglo XX, los debates sobre la lengua también fueron en gran
medida debates sobre las instituciones y sobre el papel del Estado nacional. La
emergencia de voces que propugnaban por una “soberanía idiomática” tuvo un
momento de condensación cuando el gobierno peronista enunció, en 1952, el
objetivo de crear una Academia Nacional de la Lengua para que produjera
instrumentos lingüísticos propios. Cuestionaba, así, a las academias normativas
existentes, en particular a la Real Academia Española.
Son y no son nuestros debates. En este momento, la
crítica a España no debería abrir posiciones de retorno a esos énfasis
nacionales. Que por un lado creían en las nuevas amalgamas y por otro tendían a
borrar toda diferencia interna, negando, para ser nacionales, la heterogeneidad
étnica y cultural de las poblaciones habitantes del territorio. Nuestra
contemporaneidad, signada por intentos novedosos de integración sudamericana,
en la que por primera vez la región se ha dado instituciones políticas de
articulación (el Mercosur, el Unasur, el Alba) abre una perspectiva
fundamental: la de considerar la cuestión de la lengua a nivel regional, como
dimensión de esos procesos en los que frente a la globalización mercantil se
forja una alianza entre los países de la región.
Una región en la que hay dos lenguas mayoritarias, el
portugués y el español, y lenguas indígenas que trascienden las fronteras
nacionales, como el quechua, el mapuche, el guaraní, merece políticas de
integración y comunicación, apostando al bilingüismo y al reconocimiento de lo
plural y cambiante en los idiomas. La lengua es el campo de una experiencia y
la condición para la constitución de sujetos políticos y, a la vez, una fuerza
productiva.
II
Valoración política de la
heterogeneidad más que festejo mercantil de la diversidad. Eso reclamamos. No
sólo en lo que hace a territorios nacionales en los que coexisten lenguas
indígenas y lenguas migratorias. También afirmación de la heterogeneidad en los
usos literarios y expresivos. La idea de un “castellano neutro”, usada en los
medios de comunicación y en algunos tramos de la legislación, termina situando
una variedad —en general la culta de las ciudades— en ese lugar sin comprender
su propia condición relativa y arbitraria. En la oralidad borra las diferencias
regionales y en la escritura funciona como llamado a un aplanamiento de la
capacidad expresiva en nombre de la comunicación instrumental.
Allí funciona, como es posible ver en las industrias
editoriales y en los medios de comunicación, una estrategia de mercado que no
supone menos homogeneización y supresión de las diferencias que las viejas
instituciones estatales y sus controles disciplinarios. La integración
latinoamericana, como horizonte necesario de las políticas nacionales, supone
una conjunción de esas heterogeneidades y no su olvido en nombre de una
globalización sin asperezas ni rugosidades.
Así como hay discusiones en curso sobre los medios y
sobre la justicia, creemos necesario constituir un foro sobre las cuestiones
que hacen a las políticas de la lengua. No es necesario abundar sobre esa
dimensión pero sí enunciar algunos ejemplos: las industrias audiovisuales no
pueden pensarse, tal como se hace visible con la ley del doblaje, sin
decisiones sobre la lengua o sólo con la idea de trabajo nacional o desarrollo
propio; las estrategias educativas centradas en la distribución de herramientas
tecnológicas no pueden completar su tarea sin la consideración de los contextos
lingüísticos de su aplicación; la literatura no puede desligarse de la
consideración social de la lengua que hablamos y tampoco de la situación del
mundo editorial, ligado de múltiples modos con los mercados internacionales. Todos
estos fenómenos tienen varias dimensiones: la material, económica, empresarial,
laboral y la que hace a la fundación cultural. No pueden verse como disyuntivas
tenaces, a elegir entre cosmopolitismos entreguistas y defensas soberanistas,
sino como la oportunidad única, para América Latina, de recrear sus modos de
integrarse y diferenciarse.
III
En marzo de 1991, el gobierno
de Felipe González, con explícito auspicio de la corona española, creó el
Instituto Cervantes, situándolo en principio como dependencia del Ministerio de
Asuntos Exteriores. La fecha y la iniciativa de gobierno no son en nada ajenas
al proceso político de rápida integración europea en el que en ese período,
entre mediados de la década del ’80 y la década del ’90, se encontraba España,
obligada entonces a poner en línea con la Unión no sólo los índices de
regulación fiscal y un conjunto de estrategias económicas para ingresar
plenamente al mercado común europeo, sino también sus políticas de
administración pública, educativas y culturales.
Es en el marco general de esas reformas que el gobierno español asume la
determinación de proyectar institucionalmente la lengua, entendiéndola como
bien estratégico. Se inscribe así en una larga tradición europea que arranca en
Francia en el siglo XIX. La Alliance Française, que según las mediciones
estadísticas de la Unión, se promociona actualmente como la organización
cultural más grande del mundo, fue creada en 1883, por un comité de notables
entre los que se encontraban Louis Pasteur, Ernest Renan, Jules Verne, el
ingeniero Ferdinand Lesseps y el editor Armand Colin. El propósito de la
institución, equivalente del tardío Instituto Cervantes, fue también el de
difundir la lengua y la cultura francesas en el mundo. Hacia fines del siglo XIX, este objetivo
enlaza evidentemente con las políticas de expansión y reparto de zonas de
influencia de las potencias imperiales europeas. A cuenta del ingeniero Lesseps
no sólo hay que poner esa iniciativa “cultural”, también la construcción del canal de Panamá y
del canal de Suez (el uno indispensable conexión oceánica para las nuevas
configuraciones del mercado mundial y el otro pieza fundamental de la política
imperial francesa); y de su discípulo Alfred Ebélot, la construcción argentina
de la zanja de Alsina, foso fronterizo con el mundo indio. La Società Dante Alligieri
se funda en 1889, su primera zona fuerte de influencia se sitúa en el norte de
África. Y ya en el siglo XX, el British Council y las asociaciones de
cultura inglesa y en la reconstrucción alemana de posguerra (1951) el Goethe
Institut. En los últimos años, en un contexto bien diferente, se fundaron el
Instituto Confucio (China) y el Camões (Portugal), al tiempo que Brasil
proyecta su Instituto Machado.
Esta brevísima descripción de los organismos europeos
creados para la difusión de sus lenguas centrales, vinculados en general con
perspectivas diplomáticas y de política exterior, apunta a señalar que fueron
inicialmente concebidos como instrumentos de asociación entre el valor
“comunicacional” de la lengua y el sistema de expansión y aclimatación de la
economía mundial en el período. La lengua queda así principalmente comprometida
en su rasgo instrumental, como dispositivo técnico de penetración económica por
una parte, y a la vez como fórmula de colonización y propagación cultural. No
muy distinto es el caso del Instituto Cervantes. Adaptado a las exigencias de
la integración española a Europa en el auge de la globalización, se propuso sin
embargo y desde el comienzo como apéndice de una articulación mayor y
específica con la vieja institución reguladora de la lengua, la Real Academia y
sus sedes y correspondientes americanas. El Cervantes se define así en un doble
escenario funcional: instrumento de promoción de la enseñanza del español y de
divulgación cultural en países y regiones no hispanohablantes, e institución de
apoyo a las políticas reguladoras y normativas de la lengua en países de habla
hispana. Esta doble función la distingue del resto de los organismos europeos
equivalentes. La Academia Francesa o la Italiana (Accademia della Crusca)
no buscan imponer significativamente formas normativas a través de la Alliance
o la Dante; y en el contexto anglófono, como se sabe, no hay institución
que rija las mutaciones y variedades de la lengua inglesa. En esos años, los
‘90, el Cervantes se asume como correlato y “avanzada” del intenso crecimiento
de los negocios españoles en Sudamérica (privatización de las comunicaciones,
de la energía y del transporte, fuerte penetración de la banca, etc.). Por su
parte, y ya a partir de la década anterior, las industrias culturales españolas
comienzan a proyectarse como un campo de profuso rendimiento. La industria
editorial, entonces fuertemente subsidiada por el estado español, fue
esbozándose como cifra hegemónica en la región idiomática y beneficiaria de los
bruscos procesos de concentración del sector. Desde entonces, el Instituto
Cervantes ha sido y es una pieza decisiva en la construcción de la “marca”
España. La palabra “marca”, con la que el Instituto Cervantes y sus organismos
satélites tienden a identificarse, y referida para nombrar los desplazamientos
de mercado, las astucias y fetichismos de la publicidad, constituye una huella
histórica evidente del papel que viene asignándose a la lengua.
IV
La lengua no es un negocio,
pero a menudo se la trata como tal, y entre algunas corporaciones españolas,
por ejemplo, cunde la metáfora de compararla con el petróleo. España no tiene
crudo, se dice, pero perforando en sus yacimientos brotó a borbotones el idioma
español, que terminó por arrojar más y mejores réditos. Pero las perforaciones
no se hacían sólo en Madrid, también en Medellín, en Lima, en Santiago, en
Buenos Aires; en materia idiomática, España siempre sintió que se trataba de
“sus” yacimientos, pues no se cansa de decir que se trata de un “bien común” e
“invaluable”, y que por eso es ella la que se encarga de comercializarlo en el
resto del mundo. El patrimonio es compartido, pero la destilación es
extranjera.
Para dimensionar la realidad petrolífera de la lengua
citaremos sólo algunos datos que surgen del Informe 2012 del Instituto
Cervantes: Más de 495 millones de personas hablan español. Es la segunda lengua
del mundo por número de hablantes y el segundo idioma de comunicación
internacional. En 2030, el 7,5% de la población mundial será hispanohablante
(un total de 535 millones de personas). Para entonces, sólo el chino superará
al español como lengua con un mayor número de hablantes nativos. Dentro de tres
o cuatro generaciones, el 10% de la población mundial se entenderá en español.
En 2050 Estados Unidos será el primer país hispanohablante del mundo. Unos 18
millones de alumnos estudian español como lengua extranjera. Las empresas
editoriales españolas tienen 162 filiales en el mundo repartidas en 28 países,
más del 80% en Iberoamérica, lo que demuestra la importancia de la lengua común
a la hora de invertir en terceros países. Norteamérica (México, Estados Unidos
y Canadá) y España suman el 78% del poder de compra de los hispanohablantes. El
español es la tercera lengua más utilizada en la Red. La penetración de
Internet en Argentina es la mayor entre los países hispanohablantes y ha
superado por primera vez a la de España. La demanda de documentos en español es
la cuarta en importancia entre las lenguas del mundo.
Otro dato final, que no consta en el Informe: el 90% del
idioma español se habla en América, pero ese 90 acata, con más o menos
resistencia, las directivas que se articulan en España, donde lo habla menos
del 10% restante. Estos números bastan para comprender el interés en discutir
los destinos de la lengua: sus usos, su comercialización, su forma de ser
enseñada en el mundo. Si fuera sólo un asunto económico no tendría relevancia
el tema, pero afecta a las democracias, a la integración regional, a la
soberanía cultural de las naciones.
Pretendemos evidenciar esta realidad, no para crear un
frente común contra España, a la que no consideramos nuestra enemiga. El
problema es el monopolio, la utilización mercantil de la lengua y la
consiguiente amenaza cultural que supone imponer el dominio de una variedad
idiomática. España no es el enemigo, pero no solapamos la necesaria polémica
que debemos establecer con sus órganos de difusión y comercialización de la
lengua. Cuando el rey Juan Carlos le dice al nuevo director del Instituto
Cervantes y ex presidente de la Real Academia: «¡Ocúpese de América!», nosotros
conocemos bien la naturaleza profunda de esa ocupación.
España, por lo demás, tiene todo el derecho del mundo a
tener una política de Estado en relación a la lengua; lo insólito es que nuestro
país no la tenga, cediéndole el
«derecho a disfrutar bienes ajenos con la obligación de conservarlos, salvo que
la ley autorice otra cosa», según define «usufructo» el Diccionario de la RAE,
al que le rendimos este pequeño tributo, apelando a sus propias definiciones.
V
El Cervantes, organismos como
Fundéu (Fundación para el español urgente), y las expresiones y acuerdos de
colaboración con las Academias Nacionales de la lengua, suelen indicar
explícitamente el patrocinio de empresas e instituciones que las promueven:
Iberia, BBVA, Banco Santander, Repsol, RTV, Agencia EFE, CNN en español, etc.
Los efectos de esta ofensiva de dominio sobre la lengua son vastísimos y de
compleja delimitación. Nos interesa destacar aquí, preliminarmente, el modo en
que se han ido obstaculizando las vías de comunicación, encuentro e intercambio
latinoamericano. Las corporaciones de medios y los monopolios editoriales en
combinación con las instituciones y organismos de control de la lengua
produjeron un creciente aislamiento cultural entre nuestros países, sólo
revisado en el plano político, social y económico por los proyectos de
integración regional (Unasur, Mercosur, Alba), pero no suficientemente interrogado
en el plano cultural. Hasta la década del ’70, en el período inmediatamente
anterior a la generalización de modelos dictatoriales de gobierno en la región,
la literatura latinoamericana produjo, al margen del llamado “boom”,
acontecimientos relevantes de cruce e interrelación. Acontecimientos cuya
medida no atañe meramente a los mecanismos editoriales de distribución o
comercialización del libro, sino al campo de la lengua misma, a sus
procedimientos y construcciones poéticas.
Los lectores argentinos, no requeridos de esa abstracción de mercado que
se presenta bajo la fórmula “español neutro”, incorporaron sin dificultad el
conjunto de variedades de la lengua e inversamente el idioma de los argentinos
fue asimismo recibido y conjugado por lectores mexicanos, cubanos, peruanos,
chilenos o colombianos.
Aunque se trata de una especulación no del todo
comprobable, si es cierto que la neutralidad que ahora persiguen las grandes
corporaciones editoriales reporta mayores ganancias, es a la vez indudable que
pone en funcionamiento un mecanismo de abierto empobrecimiento de la lengua. El
programa de uniformización que está en curso es el correlato concluyente de la
naturaleza general normativa y de las corrientes totalizadoras de esta etapa
del capitalismo. Aun a pesar de sus pronunciamientos y sermones democratistas,
el espíritu neoliberal procede de una difusa raíz totalitaria. Si conocimos
sobradamente la bestialización económica del programa, sus efectos destructivos
de vaciamiento político institucional y los daños generales causados sobre el
tejido social, no menos preocupante, aunque de verificación más opaca, resulta
el impacto que esa lógica impuso e impone sobre la lengua. Como en la parábola
de la “carta robada”: sus alcances están a la vista y a la vez ocultos.
Lo que es cierto respecto del control corporativo de los
medios de comunicación, lo es también en el campo de la producción cultural, en
el sector editorial, en el audiovisual, en la historia literaria reciente, en
la traducción, en la enseñanza del español como lengua extranjera o en el
amplísimo terreno de la educación pública. Por una parte enfrentamos la tarea
de nombrar los efectos de estas políticas de la lengua, pero también, y sobre
todo en condiciones de amenaza latente de restauración neoliberal, la necesidad
perentoria de establecer una corriente de acción latinoamericana que recoja la
pregunta por la soberanía lingüística como pregunta crucial de la época.
VI
Es tiempo, creemos, de
sostener el camino de una lengua cosmopolita, a la vez, nacional y regional.
Nuestro español, pleno de variedades, modificado en tierras americanas por el
contacto con las lenguas indígenas, africanas y de las migraciones europeas,
nunca fue un localismo provinciano. Fue lenguaraz y no custodio, es experiencia
del contacto y no afirmación purista. Al menos, el que sostenemos como propio.
En América Latina se han macerado grandes escrituras al amparo de esa búsqueda:
desde el ensayismo del peruano José Carlos Mariátegui, que pensaba que una
cultura nacional surgía de la doble apelación al cosmopolitismo y al
indigenismo, hasta la antropología del brasileño Gilberto Freyre, que vio en el
portugués del Brasil una creación de los esclavos africanos. Pero también desde
la lengua mixta y tensa de José María Arguedas, lengua que problematiza la
herencia colonial, o el barroco americano de Lezama, definido como lengua de
contraconquista, hasta la precisa intervención borgiana. Porque Borges, cuyo
peso y búsquedas en estas discusiones son innegables, fue quien marcó el camino
de una inscripción profundamente argentina de la lengua literaria y a la vez la
desplegó como español universal.
Borges es el Cervantes del siglo XX: esto es, el
renovador mayor de la lengua, no sólo para su país natal sino para el conjunto
de los hispanohablantes. Si en los años veinte buscó en la sonoridad de la
criolledá la expresión idiomática propia, una década después descubría que no
se trata de color local: que la lengua estaba en un tono, una respiración, una
andadura. Lo hizo de modos polémicos y no poco cuestionables, como su carácter
antiplebeyo y sus derivas conservadoras. Pero es el momento de recuperar, con
su nombre, una apuesta que toma la suya como inspiración y al mismo tiempo debe
modificarla.
Una apuesta, dijimos, a generar un estado de sensibilidad
respecto de la lengua, que no se restrinja a una reflexión académica sino que
enfatice sobre su dimensión política y cultural, y que se proyecte sobre las
grandes batallas contemporáneas alrededor de las hegemonías comunicacionales y
la democratización de la palabra. Una apuesta que por ahora imaginamos doble:
la constitución de un foro de debates en el Museo del libro y de la lengua de
la Biblioteca Nacional y el impulso a la creación de un Instituto Borges: un
ámbito desde el cual producir una composición latinoamericana de estas
cuestiones. Una institución que lleve este nombre, como episodio argentino de
una política encaminada a la creación de una Asociación Latinoamericana de la
lengua, forzosamente deberá considerar su acto de fundación también como un
acontecimiento de la lengua, portador de su memoria viva, de su pasado
escurridizo y de las adquisiciones que obtiene y puede perder en su camino. Un
Instituto Borges puede ser una institución con sus actos de reunión y reconocimiento,
pero también una inflexión para mantener la vida propia del horizonte lenguaraz
en el que vivimos.
Adhieren :
Irene Agoff / Nelson Agostini / Susana Aguad / Jorge Alemán /
Fernando Alfón / Marta Algañaraz / Germán Álvarez / María Teresa Andruetto / Carlos Aprea / Daniel Arias / Ricardo Arondskind / Mario Arteca / Virginia Avendaño / Julián
Axat / Alberto Enrique Azcárate / Martín Baigorria / Cristina Banegas / Silvia
Battle / Diana Bellessi / Gabriel Bellomo / Facundo Beret / Carlos Bernatek / Emilio Bernini / Esteban Bértola / María del Carmen Bianchi / Alejandra Birgin / Esteban Bitesnik / Jordana Blejmar / Jorge
Boccanera / Martín Bonavetti / Karina Bonifatti / José Luis Brés Palacio / Mauro Cabral / Cecilia Calandria / Mario Cámara / Marcelo Campagno / Fernando Gabriel Caniza / Arturo Carrera / Albertina Carri / Claudio Javier Castelli / José Castorina / Bettina Castro / Mariana Casullo / Gisela
Catanzaro / Diego Caramés / María Carman / Carlos Carrique / Claudio Javier Castelli / Alejandro Castro / Matias Cereso / Pilar Chargoñia / Soledad Chávez Fajardo / Sergio Chejfec / Gloria Chicote / Luis Chitarroni / Marcelo Cohen / Sara Cohen / Vanina Colagiovanni / Abel Córdoba / Hugo Correa
Luna / Ricardo Costa / Maximiliano Crespi / Américo Cristófalo / Rubén Cucuzza / Guillermo David / Daniela de Angelis / Oscar del Barco / Silvia Delfino
/ José del Valle / Marcelo Díaz / Marta Dillon / Ariel Dilon / Gabriel D’Iorio / Pablo Di Luozzo / Irene Di Matteo / Ángela Di
Tullio / Nora Domínguez / Víctor Ducrot / Juan Bautista Duizeide / María Encabo
/ Andrés Ehrenhaus / Vanina Escales / Ximena Espeche / Liria Evangelista / José
Pablo Feimman / Susana Felli / Javier Fernández Miguez / Alejandro Fernández Moujan /
Christian Ferrer / Gustavo Ferreyra / Roxana Fitch / Sergio Fombona / Ricardo Forster / Daniel
Freidemberg / Silvina Friera / Mariana Gainza / Leila Gándara / Germán García /
Gabriela García Cedro / Diana Gamarnik / Jorge Garacotche Canturbe / Laura Gavilán / Juan Gelman / Alicia Genovese / Juan
Giani / Mempo Giardinelli / Inés Girola / Horacio González / Mara Glozman / Ezequiel Grimson
/ Cecilia Guardati / Luis Gusmán / María Inés Grimoldi / Liliana Heer / Sebastián Hernáiz / Liliana
Herrero / Flora Hillert / Walter Ianelli / Belén Ianuzzi / Cecilia Incarnato / Pablo Ingberg / Ezequiel Ipar / María
Iribarren / Carmen Iriondo / Esmeralda Iturbide / Estela Jajam / Noé Jitrik / Mario Juliano / Lisandro Kahan / Tamara
Kamenszain / Pedro Karczmarcyck / Mauricio Kartun / Alejandro Kaufman /
Guillermo Korn / Laura Kornfeld / Eduardo Kragelund / Daniel Krupa / Inés
Kuguel / Christian Kupchik / Gabriela Krickeberg / Juan Manuel Lacalle / Alicia Lamas / Ernesto
Lamas / Luis Fernando Lara / Laura Lattanzi / Daniela Lauría / Juan Laxagueborde / María Lenz / Yanina Leonardi / Gabriel Lerman / Pablo Licheri
/ Daniel Link / Graciela Litvak / Julio César Livellara / Silvia Lobov/ Miguel Loeb / María
Pia López / Alberto López Girondo / Julián López R. / Javier Lorca / Federico Lorenz / José Lovizolo / Silvia Llomovate / Pablo Luzuriaga / Silvia
Maldonado / Ricardo Maliandi / Anahí Mallol / Mónica Marciano / Karina Mauro / Alejandro Méndez / Juan Molina y Vedia / Alejandro Montalbán / Alberte
Montserrat / Margarita Martínez / Silvio Mattoni / Karina Mauro / Nora Maziotti / Ana Mazzoni
/ Mauro Miletti / Juan Carlos Moreno Cabrera / Graciela Morgade / Marcelo Moscariello / Mariana Moyano / Vicente Muleiro / Daniel
Mundo / Carolina Muzi / Leopoldo Nacht / Ricardo Nacht / Gustavo Nahmías / Viviana Norman /
Celia Nusimovich / José María Pallaoro / Dante Palma / Cecilia Palmeiro / Silvia Panebianco / Fernando
Peirone / Quique Pessoa / Ricardo Piglia / Pablo Pineau / Agustín Prestifilippo
/ Nicolás Prividera / Mercedes Pujalte / Alejandro Raiter / Horacio Raña / Carolina Ramallo / Marcelo Rapoport / Héctor
Recalde / Gabriel Reches / Roberto Retamoso / Dora Riestra / Eduardo Rinesi / Florencia Rizzo
/ Sandra Rocaro / Matías Rodeiro / Martín Rodríguez / Esteban Rodríguez Alzueta / Susana Rodríguez Barcia / Carmen Rolandelli / Emilio Rollié /
Laura Rosato / Eduardo Rubinschik / Alejandro Rubio / Sebastián Russo / Andrés Saab / Guillermo
Saavedra / Florencia Saintout / Gustavo Salerno / Mariana Santangelo / Juan Sasturain / Silvia Schwarzböck / Clara
Schor-Landman / Sylvia Schulein / Silvia Senz / Alberto Silva / José L. Slimobich / Perla Sneh
/ Ricardo Soca / Jaime Sorín / Isabel Steinberg / Eduardo Stupía / Daniel Suárez / Ximena Talento / Diego
Tatián / Marcelo Topuzian / Javier Trímboli / Hugo Trinchero / Pablo Usabiaga /
Horacio Verbitsky / Washington Uranga / Lía Varela / María Celia Vázquez / Miguel Vedda
/ Aníbal Viguera / Ernesto Villanueva / Miguel Vitagliano / Miguel Wald / Adriana Yoel / Patricio
Zunini
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